Hace una semanas estaba viendo una película acerca del Tsunami del 2004, y aún cuando siempre he escuchado que ninguno de nosotros tenemos la vida comprada, en ese momento lo entendí. Al ver como de un instante al otro, las risas, los juegos de pelota, las memorias felices, fueron arrancadas sin previo aviso de forma brutal para ser sustituidas por la peor pesadilla que alguien pueda imaginar. La muerte, la destrucción, la angustia fueron la única realidad concebible por las cientos de miles de personas que se encontraron en un mal segundo, en un mal lugar. Y fue entonces cuando lo supe, supe que yo no tenía la certeza absoluta de que en mis próximos segundos de vida no iba a encontrarme en las coordenadas erróneas en el minuto trágico, supe que ni yo ni nadie sabe cuando la vida le será arrancada, ya sea de una manera suave, en medio del más hermoso sueño nocturno, o de forma violenta en medio de un terremoto, de un huracán o de cualquier cosa más. Y tan sólo unos días después de haber visto esto, llegó la noticia del huracán Patricia, por lo que hablando con mi madre de esto, una frase suya, sacudió mi vida. Y es que ella me dijo; Es muy triste pensar que para muchas de esas personas el pronóstico de la llegada de Patricia, también es el aviso de que ese será el último día de sus vidas, cosa que afortunadamente no sucedió, sin embargo, sus palabras me hicieron recordar la película que había visto tan sólo unos días atrás. Así que pensé ¿cuántos de nosotros quisiéramos que se nos avisara que al día siguiente vamos a morir? Pensé que yo quisiera ser una de esas personas, pensé que me gustaría saberlo, pero luego me pregunté el porque. ¿Me gustaría saberlo para poder tomarme 24 horas para hacer todo aquello que siempre he querido hacer? ¿Y por qué no hacerlo ahora? ¿Para qué esperar a que me avisen el día de mi muerte?
¿PARA EMPEZAR A VIVIR?
Mejor empiezo ahora, mejor me arriesgo y me lanzo directo a mis sueños, mejor empiezo a vivir cada instante como si fuera el último, porque cuando la muerte llegue, quiero decir; YO SÍ VIVÍ. Y es que, ¿cuántos de nosotros en vez de vivir sobrevivimos? Vivimos en medio de la rutina, del hábito, nos despertamos peleando porque la vida nos robó 5 minutos de sueño, en vez de agradecer que tenemos 5 minutos más para poder vivir, para poder hacer lo que nos gusta, Nos dirigimos a un trabajo que no nos llena, que no nos impulsa, un trabajo en donde aprendimos a hacer las cosas, pero no usamos nuestro talento. Nos quedamos con parejas con las que todo el día discutimos, porque somos incapaces o bien de decidir darnos la vuelta y aprender a vivir con nuestra soledad, o aprender a apreciar las diferencias que en vez de separarnos pueden unirnos, Muchos viven su vida a través de la pantalla del teléfono, ponen entre sus ojos y el más bello paisaje, o el momento más preciado el celular, y son incapaces de fijarse en los colores, en el momento, en las sensaciones. A muchos se nos ha hecho muy fácil, y hasta una costumbre decirle TE AMO a la persona amada más fácilmente a través de un chat que de nuestra propia voz, y hemos perdido la capacidad de conectarnos con la mirada, Pero sobre todas las cosas hemos aprendido a vivir con el miedo, con el miedo a no ser suficiente, a ser incapaces, a ser mucho o poco, a ser como somos, a querernos con todo y nuestros defectos, a nunca poder alcanzar nuestros sueños.
Es por eso que decidí que no me esperaría a que llegara un Tsunami ni una Patricia a mi vida para empezar a vivir, y no necesito saber cuando habré de morir, porque no habrá diferencia en si lo sé o no, ya que hoy me lanzo con fuerza a la vida, sin temor a nada, PORQUE NO QUIERO MORIR SIN HABER VIVIDO.
JESSICA WOOLRICH