Hay días que me cuesta más trabajo escribir que otros, hay días que me pesan las letras, los pensamientos, el alma y el corazón y hoy es un día de esos. De esos en los que no entiendo en que momento los caminos del ser humano, llegaron a tal punto que un hombre que ha perdido el rumbo, pueda terminar con la vida de más de 120 personas en menos de un minuto, un minuto en el que los sueños de todos ellos fueron arrebatados en pos de una frenética guerra que no tiene razón de ser, pero que existe porque los hombres y mujeres inmersos en ella, nunca se detuvieron, ni se dieron el tiempo, para intentar controlar la guerra que sucedía en su interior, porque es desde ese punto de donde surgen todos los problemas, una persona feliz, llena de paz interior, no concibe la guerra como solución. No disfruta al ver la violencia, no se deleita con los golpes, no menosprecia los caminos ajenos, no arrebata los sueños de otros, en fin no lastima a nadie ni a nada, porque entiende que en la vida, todos podríamos existir y subsistir en armonía si respetáramos la diversidad, si no quisiéramos imponer nuestras creencias, si no pensáramos que nuestros argumentos son los únicos que son válidos, si permitiéramos que cada ser humano fuera la máxima y mejor expresión de si mismo, sin que tuviéramos que enjuiciarlos por ello. Los problemas surgen desde el miedo, desde los juicios, sobre todo desde el instante que comenzamos a ser juiciosos con nosotros mismos, cuando nuestro ego siente que si no habla muy fuerte y defiende lo que cree, entonces somos débiles, pero la verdadera fortaleza del hombre no es en estar arriba, sino en estar en paz.
Hoy veo las noticias y lloro por Baghdad, por Bangladesh, por Orlando, por Oaxaca, por el mundo en general, peor más lloro por mi hijo, porque he soñado en un mundo bueno para él, en un mundo en donde el no vea amenazados sus sueños, en donde pueda ser el tipo de ser humano que ÉL ELIJA ser, en donde el respeto sea una constante y el amor sea el único camino. En donde pese más la vida de un hombre, que las ganas de defender una religión, en donde una reforma no importe más que la vida, en donde no importe a quien ames, y de que género sea, mientras que ames.
Por eso hoy me cuesta escribir, pero aun así en medio de la tristeza que hoy siento, veo a los ojos a mi hijo, y siento esperanza, porque se que en el mundo hay muchas personas que como yo, están dispuestas a buscar la paz, no a luchar por ella, sino a crearla, a vivirla, a compartirla. Y es porque se que existen esas personas, por lo que hoy no me doy por vencida, porque confío en que el mundo que sueño pueda ser una realidad cuando nos duela tanto la violencia, que entendamos que no estamos yendo por el camino correcto.
JESSICA WOOLRICH