Hace unos días tuve una discusión con una persona muy querida para mi, si hubiera actuado como acostumbré a hacerlo a lo largo de mi vida, esa discusión se hubiera convertido en un problema importante, sin embargo algo en mi ese día me hizo actuar diferente. Ese algo que sólo ocurre cuando uno comienza a centrarse y a conectarse con el presente, con lo que es, y con las cosas que de verdad importan en la vida. Por un momento estuve a punto de escuchar a mi ego que me decía, pelea, reclama, gana, derrota, enfrenta, humilla, y haz lo que sea necesario, para demostrar que TÚ eres quien tiene la razón, sin embargo ELEGÍ escuchar esa otra voz, esa voz que intuye, que ama, que conecta, que trasciende, esa voz que me dijo calma. Y así lo hice, me detuve, respiré un par de veces y me di cuenta que en el fondo yo no estaba enojada, lo que a mi me estaba molestando es que esa persona estaba molesta, sin embargo, me di cuenta que eso, no tenía porque afectarme a mi, porque yo ELEGÍA seguir mi día contenta, sin problemas, en paz y calma, la otra persona tendría que lidiar con sus propias emociones.
Y es que muchas, muchísimas veces en la vida, nuestro ego hace que vayamos cargando con las emociones externas, en vez de enfocarnos única y exclusivamente con aquello que nos concierne: con nuestro interior. Si nos topamos en medio del tráfico con una persona histérica en unos momentos permitiremos que esa persona nos contagie con su frustración, y al rato el ambiente colectivo es un desastre al que se suman más y más personas. Lo mismo sucede con la guerra, en la que un problema que empieza como algo ajeno a nosotros, comienza a crecer como una bola de nieve, hasta que un gran número de personas, se siente parte de algo, que pudo haberse solucionado a través de las palabras, la comprensión, el diálogo, el entendimiento y sobre todo el perdón. Pero que finalmente se transforma en una psicosis que es capaz de desatar o despertar los actos más bajos que un ser humano puede cometer. Todo porque ambas partes del conflicto, o al menos una de las partes, no se detuvo a buscar una solución pacífica. que no estuviera impulsada por el ego, por las ganas de estar arriba, por las ganas de demostrar un poder mayor, etc. Y así se nos va la vida en vivir impulsados por las emociones externas, y no por los procesos internos en donde es uno quien tiene el control.
Ese día me di cuenta de la importancia de elegir la calma, porque esa discusión, en menos de un par de horas se disipó dejando ver las soluciones, y el amor. Manteniendo la calma, permití que un problema, que pudo durar días o semanas, se solucionara en tan solo unas horas. Por eso el día de mañana que esté en medio de un pleito, recordaré que la voz de mi ego habla muy fuerte, pero es la voz de mi corazón la que siempre tiene la solución.
JESSICA WOOLRICH