lunes, 20 de junio de 2016

DUELO

       Han pasado cuatro días desde la matanza en un bar gay en Orlando Florida, y mi corazón sigue decaído, no sólo por el terrible hecho en sí, sino también por las reacciones de algunas personas que han aplaudido la matanza. Me duele en el alma, saber que en el mundo hay quienes desconocen a tal grado el amor que son incapaces de ver las maravillas de la vida, que se preocupan por las diferencias ideológicas, y no ven la gran similitud que tenemos todos los hombres; que formamos parte del mismo maravilloso conjunto de seres humanos que habitan esta tierra, y que al lastimar a uno, se lastima a todos. Mi corazón me duele por las víctimas, porque se perdieron tantos seres maravillosos, tantas risas, tantos sueños, tanta vida. Pero también me duele por el asesino, porque en mi corazón, siento compasión por esos niños que son criados bajo una tutela de odio, y desafortunadamente es lo único que aprenden a hacer, nunca conocen el amor, y su vida se vuelve un frenesí de violencia, odio y agresión, en el que ven como amenazas las diferencias políticas, religiosas, culturales, de género y de raza. Hace un tiempo vi la noticia de un pequeño australiano de siete años, hijo de un famoso terrorista, que sostenía en sus manos la cabeza de un hombre, la sostenía como se sostiene un trofeo, como cuando tu padre te pide que muestres tu medalla y tu sonrisa a la cámara, pero en este caso lo que sostenía refleja la atroz infancia que está viviendo este pequeño, un pequeño que hoy vemos como una víctima del odio de su padre, pero que con el paso de los años se convertirá en el victimario. Por eso, hoy  también siento compasión por quienes nunca sintieron la caricia amorosa de una madre que te hace sentir que el mundo es un lugar maravilloso, nunca sintieron que sobre los hombros de su padre podrían llegar incluso a la luna, en fin nunca supieron lo que es el amor verdadero. 

         Pero además de esto, algo que me sigue doliendo  es el hecho de que en Twitter he leído estos días,  una clase de barbaridades de quienes creen que esto es un castigo por sus pecados, de quienes aplauden estas matanzas, incluso algún pastor de California, pidió más actos de este tipo. Al leer estas líneas no logro comprender en que momento los seres humanos desvirtuaron tanto las enseñanzas de seres que en vida lo único que hicieron fue compartir su maravillosa luz. No voy a entrar en una polémica de religión entre si está bien una cosa u otra, lo único que voy a apelar es al corazón. Apelar a que los seres humanos aprendamos a sentir más empatía, más respeto, a dejar de lado los ataques, porque al final criticamos la postura del otro, lo juzgamos, lo encaramos, y permitimos que la violencia sea parte de una dinámica, que sería mucho más sana si simplemente nos respetáramos los unos a los otros y continuáramos viviendo lo mejor que podamos nuestras vidas. Preocuparte por la vida del otro, y peor aun por la mente del otro, no es sino señal de una falta de enfoque en nuestra propia vida. No es más que una clara muestra de tus miedos, de tus inseguridades, y de ver el mundo como una competencia en donde los otros seres representan amenazas, en vez de ver el mundo como un lugar en donde podríamos convivir sanamente todos si nos diéramos que el odio y el amor SIEMPRE son el camino.
        Sólo espero con todo mi corazón que seamos más los que apelemos al amor, los que no juzguemos, los que no odiemos, los que nos demos cuenta que atacar a "los intolerantes" nos hace ser intolerantes, porque después de todo, en una guerra los dos lados creen tener la razón, los dos tienen sus justificaciones, sus excusas, ninguno cree estar equivocado, y desafortunadamente ninguno tiene la capacidad de darse cuenta que quizás ninguno de los dos tenga razón, por lo que es mejor seguir una vida en paz y amor.  Esto es lo que espero, por mi, por mi hijo y porque no quiero saber que hay más niños en el mundo sosteniendo cabezas en vez de pelotas.

JESSICA WOOLRICH