Hace unos días mi hijo estaba a punto de dormirse, cuando ya teníamos la luz apagada, y sólo estábamos él y yo, sin juguetes ni caros ni baratos, sin caricaturas famosas , sin aparatos modernos, sin esa ropa que esta a la moda, sin nada más que nuestra atención. Cuando de repente mi hijo de tres años, me dijo: mamá, yo soy muy feliz. En ese momento además de la fascinación por escuchar su inocente vocecita pronunciar esas palabras fantásticas, sentí un inmenso estremecimiento, porque al final, como mamá ese el objetivo que todas queremos alcanzar. Todas queremos saber a nuestros hijos felices, no creo que haya una sola mujer que anclada en la consciencia prefiera la infelicidad de su hijo. Y el saber que en mis manos está el darle a mi hijo las herramientas para que aprenda a encontrar su felicidad dentro de él mismo, fue algo maravilloso, y no porque me sintiera responsable por su felicidad, y no porque me diera miedo no cumplir con la tarea, sino porque me fascinó ser parte de la felicidad de alguien más. Me encantó darme cuenta que en la vida, no podemos determinar la felicidad de otras personas, pero si podemos buscar la manera de contagiarles lo bueno que tengamos en nuestro interior, inspirarlos a buscar sus propios caminos, sus risas, su felicidad. Por eso, para mí, fue muy importante ese instante, porque normalmente un niño confunde la alegría con la felicidad, bueno, también un adulto, pero es muy fácil darse cuenta que los niños cuando son estimulados por los colores, o los movimientos o los sonidos de un juego, o de un juguete, o de un globo brillante que flota frente a sus ojos, sienten o creen que esa es la felicidad suprema, piensan que no pueden gozar de nada más que de ese momento, por eso cuando pierden o se les separa del juguete brotan las lágrimas, e inician las peleas por recuperar el anhelado objeto de la "felicidad". Y si lo analizamos, lo mismo sucede con un adulto, pocos son los seres que descubren, que la felicidad no depende de lo que uno se tope afuera, sino de lo que uno elija dentro. Por eso el momento en el que mi hijo dijo esas palabras, fue sumamente importante para mi, porque lo dijo en un momento de serenidad, en donde desde afuera, uno podría pensar que no pasa nada, sin embargo por dentro pasa todo. Pasa que uno descubre que la felicidad es un estado de conciencia, en donde uno se dispone a apreciar la vida, en donde uno evita las quejas, y las sustituye por agradecimientos, en donde uno no vive recordando el pasado, ni esperando el futuro, sino disfrutando el único momento que tenemos, que es este preciso instante.
Hace tiempo yo vivía, preocupándome por los kilos de más, por los billetes de menos, por si mi pareja me decía o no la palabra correcta, con el tono adecuado, en el momento perfecto, le ponía más atención a un tono de voz que a mis propias emociones, me agobiaba más la opinión ajena, que la satisfacción propia, hasta que descubrí que si vivo hacia afuera, me pierdo del magnífico viaje de la vida, en el que las mejores sensaciones y emociones se viven cuando aprendes a disfrutar y a apreciar el momento, cuando te das cuenta que puedes ser feliz incluso cuando parece que nada está sucediendo, cuando descubres que si no condicionas tu felicidad en los acontecimientos de la vida, en las carencias o en las posesiones, en la aprobación de los demás, o en nada más que en saber que todos tenemos la capacidad de ser dueños de nuestras elecciones y de nuestras emociones. No hay nada que pueda hacer más feliz a un ser humano, que descubrir que tiene en sus manos, la elección de vivir la vida anhelada, con sólo hacer las paces con la vida. Cuando entiendas que no es importante que versión de teléfonos tienes, ni de que color son la suela de tus zapatos, ni si pesas un kilo de más o uno de menos, ni si alguien te dijo que te ama, porque el único amor que podrá determinar tu camino es el que te des a ti mismo.
Por eso el día de mañana cuando no tengas en tus manos, tus juguetes ni tus posesiones, ni estés frente a un espejo enjuiciando tu cuerpo, date un segundo para ponerte en contacto con tu centro, con tu interior, con esa parte tuya que a veces tenemos relegada, y así podrás descubrir que es lo que sientes en realidad, y tal vez, sólo tal vez te des cuenta que eres tan feliz, como hoy lo es mi hijo.
JESSICA WOOLRICH