Para quienes han visto la película francesa Intouchables, quizás al verla se dieron cuenta de como una persona puede cambiar el destino de la otra, en tan solo un segundo. No se necesita toda una vida para modificar de forma positiva el mundo, basta con solo un instante, con solo decirle si o no a una persona o a una situación. Para quienes no la han visto la película esta basada en hechos reales, y trata de un millonario terapléjico, que buscando a alguien que lo cuidara se topa con un inmigrante con antecedentes criminales al cual finalmente decide contratar, y con esta decisión la vida de estos dos hombres cambia por completo.
Me quedé pensando cuantas veces en la vida hemos cambiado el destino de alguien más, y la mayoría de veces, sin ni siquiera darnos cuenta de ello. No nos percatamos, que una simple palabra nuestra puede desencadenar una serie de hechos que incluso llegan a cambiar el rumbo de la humanidad. ¿No sería fabuloso que nos diéramos cuenta de esto y que pudiéramos aportar nuestro granito de arena para que el mundo fuera un lugar mejor? Por ejemplo, una maestra más que enseñar a restar, dividir, hablar de historia, geografía y más, tiene frente a sí, la oportunidad de enseñar de grandeza, de posibilidades y de logros a tantos y tantos niños, si tan solo se diera cuenta de que la vida la puso en el lugar exacto en donde puede moldear o destruir la confianza en si mismo de todos sus alumnos. Cuando veo y escucho historias de maestros que se sientan en el escritorio solo por cumplir y no les interesa el aprendizaje de los niños, me doy cuenta de que ellos no están entendiendo que con esa actitud no solamente están marcando el destino de la mayor parte de sus estudiantes, quienes seguramente contagiados por la falta de entusiasmo de él y de otros como él, seguirán el ejemplo de una vida sin retos ni sueños, sino que también están marcando sus propias vidas, porque están diciéndose a sí mismos que no vale la pena hacer las cosas bien, ni luchar, ni dar lo mejor de uno. Y muchos culpan al gobierno, a los directores, o incluso a los niños, pero no piensan que en otras aulas hay maestros que incluso con condiciones mucho más adversas, están buscando inspirar a los niños y jóvenes a luchar por un futuro mejor.
¿Cuántos de nosotros justificamos nuestra mediocridad? ¿Cuántos de nosotros hemos perdido en el camino nuestros sueños y estamos dando un ejemplo a nuestros hijos de que no vale la pena luchar por lo que queremos, ni por lo que creemos? Cuando niños, la mayoría de nosotros soñamos con grandes cosas, algunos quisimos ser astronautas, cantantes, entrenadores de delfines, bomberos, presidentes, futbolistas o escritores, pero a algunos nadie les enseñó a creer en ellos mismos, por lo que pronto olvidaron sus deseos, y al ser adultos, se conformaron con cualquier cosa que la vida les quisiera dar. La realidad es que pocos de nosotros nos damos cuenta de que tenemos la capacidad de mejorar la vida de las personas que nos rodean, así como de nuestra propia existencia, cuando nos abrimos a las oportunidades, cuando nos deshacemos de los miedos, cuando tendemos la mano, cuando inspiramos, cuando dejamos de acusar al gobierno o a alguien más y nos hacemos responsables de nosotros mismos. Por lo menos en la película que vi, un hombre recuperó la felicidad perdida, en el instante en el que decidió brindarle una oportunidad a alguien más, y necesitamos más personas de estas, que se arriesguen, que entreguen, que le digan que si a la vida, para que los hombres recuerden sus sueños, para que la sociedad se inspire, para que los niños confíen, para que que recuerden lo que querían ser y lo sean, para que no tengan miedo de elegir sus caminos. Para que haya más futbolistas, bomberos, presidentes, astronautas y escritores. Para que así como yo, recuerden sus sueños y no tengan miedo de caminar hacia ellos, porque a mí, se me había olvidado mi sueño y ahora después de tantos años de evitar pensar en él, finalmente se me olvidaron todos los miedos.
JESSICA WOOLRICH